martes, 31 de marzo de 2009

Ley de acción–reacción, o cómo se enlaza la historia

El mes de marzo fue reservado para el ilustre sr. Álvarez, el cual agotó hasta casi el último minuto del mismo para hacernos llegar su colaboración. Y es que ya se sabe que lo bueno se hace esperar.

A continuación os dejo su post que puede que sea uno de los pocos con seriedad y rigor que encontréis en este espacio.

Gracias por tu tiempo y por compartir conocimientos con nosotros.

El pasado 7 de marzo partió de la Tierra la sonda espacial Kepler, en busca de planetas con condiciones similares a las del nuestro. Sin que se ofenda la NASA, lo que nos interesa de momento es el nombre de la sonda. Johannes Kepler (1571-1630), astrónomo y científico alemán, fue conocido por sus tres leyes que definen el movimiento de los planetas; cómo se desplazan. En realidad, Kepler no descubrío lo que pretendía. Intentaba asociar el movimiento de los planetas a la circunferencia y fracasó, teniendo que usar un recurso que le parecía poco elegante, la elipse. Pese a su decepción, Kepler continuó creyendo en sus habilidades, entre ellas la de decodificador. Su fama en la materia le hizo llegar un texto cifrado de un científico italiano con el que establecería una gran amistad, Galileo Galilei (1564-1642). Kepler y Galilei continuaron con el juego por correspondencia. Galileo cifraba sus descubrimientos y Kepler debía descifrarlos al recibir la carta, para informarse sobre ellos. En 1633, Galileo fue condenado por la publicación de una obra en que se burlaba de la teoría geocentrista de Ptolomeo. Ir contra lo establecido, y más si quién establece es la Iglesia, nunca ha dado demasiadas alegrías. Sus años finales, en que permaneció, de algun modo, aislado científicamente, no pudo compartirlos con su amigo de juegos.
Y como si se tratara de un juego, en una cena en Londres cincuenta años después de la condena a Galileo, tres tipos realizaron una apuesta. Como científicos notables, conocían las leyes de Kepler, pero no tenían ni idea del porqué los cuerpos celestes recorren elipses. Compartían mesa, nada más y nada menos: Christopher Wren, astrónomo que más tarde sería arquitecto, Robert Hooke, el primero en describir una célula, y Edmund Halley, un científico que hizo de todo menos descubrir el cometa con su nombre (en realidad lo vió pasar y lo relacionó con el cometa que otros habían visto previamente, pero nunca llegó a oírlo como Halley). Wren ofreció 40 chelines, unos 600 euros de hoy, al primero que encontrara la solución matemática. Halley, no se sabe si porqué iba falto de chelines, se enfrascó en encontrar la solución. Acabó en Cambridge, preguntando por un profesor de la facultad de matemáticas, un tal Isaac Newton. Tras un rato de conversación con aquel profesor, Halley aprovechó y le preguntó por el asunto de la elipse. Newton le respondió que tenía el cálculo guardado por algún sitio, y Halley enmudeció. No consiguió articular palabra mientras el profesor buscaba sin éxito entre sus papeles. Newton era un tipo peculiar. Se dice que un día se hizo con una aguja de jareta (una aguja larga para coser cuero) y fue introduciéndola en la cuenca ocular, simplemente para ver (ejemplo de uso del verbo adecuado) qué sucedía. Un método empírico ciertamente arriesgado. Pero no sucedió, milagrosamente, nada. Pudo continuar dedicando más de la mitad de su tiempo a la alquimia y a intentar encontrar un código oculto en el antiguo testamento, para lo cuál aprendió hebreo autodidácticamente. Cuando Halley pudo recuperarse, y sin que Newton encontrara sus anotaciones, lo convenció para que publicara sus trabajos. Lo consiguió costeando todo el importe de publicación, sin que Newton tuviese que poner una moneda. Los Principia, las tres leyes de Newton, cambiaron la percepción del mundo, y explican gran parte de los fenómenos físicos que forman parte de éste, entre ellos, el cómo una sonda puede salir de la órbita terrestre.

2 comentarios:

Nel dijo...

Trés interessant

Nel dijo...

se ma colao una "s" de más XD